En un recóndito bosque, por el que muy poca gente pasaba, vivía una
pequeña familia de cuervos. Un buen día, tras darse un enorme atracón de
comida, uno de los cuervos más jóvenes de la familia comenzó a
encontrarse cada vez más y más enfermo. Al no poder encontrar una
solución por sí mismo, le rogo a su madre:
- "Querida mama cuervo, consigue que algunos de los dioses se apiade de mí y me quite este tremendo dolor que tanto parece estar afligiéndote".
Limpiándose las lágrimas con la punta de sus alas y tras unos segundos de reflexión, la madre cuervo le respondió a su hijo:
- "Nada me gustaría más en este mundo que poder aliviar ese gran dolor que padeces hijo mío, pero ¿A qué dios crees que debo rogar para que te cure ese mal que tú mismo te has producido? ¿Acaso existe todavía alguno sobre la faz de la tierra al que no hayas ofendido, robándole esos preciados trozos de carne que tan piadosamente le ofrecen los hombres?"
- "Querida mama cuervo, consigue que algunos de los dioses se apiade de mí y me quite este tremendo dolor que tanto parece estar afligiéndote".
Limpiándose las lágrimas con la punta de sus alas y tras unos segundos de reflexión, la madre cuervo le respondió a su hijo:
- "Nada me gustaría más en este mundo que poder aliviar ese gran dolor que padeces hijo mío, pero ¿A qué dios crees que debo rogar para que te cure ese mal que tú mismo te has producido? ¿Acaso existe todavía alguno sobre la faz de la tierra al que no hayas ofendido, robándole esos preciados trozos de carne que tan piadosamente le ofrecen los hombres?"