Cansado de cantar durante todo el día, el ruiseñor, abandonó el
árbol en el que estaba y puso rumbo una charca para refrescar su
garganta y relajarse. Allí se encontró con una simpática golondrina, con
la que comenzó una amena conversación. Tras horas hablando de una
enorme cantidad de temas, la golondrina le animó a que probara a
realizar de la misma manera que ella lo hacía todos los años, su nido
bajo los aleros de las casa habitadas por los hombres.
Mirándola de arriba abajo y midiendo muy bien sus palabras para no ofender a su nueva amiga, el ruiseñor le dijo:
- "Dichosa tú que puedes vivir entre los hombres sin ningún tipo de temor. Me encantaría poder ser tan confiado como tú, pero los ruiseñores, a pesar de nuestro melodioso canto, nunca hemos sido tan bien recibidos en las casas de los humanos como vosotras las golondrinas. Es por eso, que a los de mi especie les gusta más hacer sus nidos en lugares más apartados, a los que los hombres no puedan tener fácil acceso".
Mirándola de arriba abajo y midiendo muy bien sus palabras para no ofender a su nueva amiga, el ruiseñor le dijo:
- "Dichosa tú que puedes vivir entre los hombres sin ningún tipo de temor. Me encantaría poder ser tan confiado como tú, pero los ruiseñores, a pesar de nuestro melodioso canto, nunca hemos sido tan bien recibidos en las casas de los humanos como vosotras las golondrinas. Es por eso, que a los de mi especie les gusta más hacer sus nidos en lugares más apartados, a los que los hombres no puedan tener fácil acceso".