En el curso de sus peregrinaciones entre los cinco picos cubiertos por
brumas centelleantes, Zhuangzi se cruzó con el rey de Wei y su séquito,
que habían ido a hacer una comida campestre a orillas del río de la
Tranquilidad celestial. El sabio llevaba puesto un vestido de tela
toscamente remendada, sus sandalias agujereadas estaban atadas con
trozos de cordel.
- ¡En qué miseria has caído, Maestro!- exclamó el monarca.
- La indigencia no es desamparo –contestó Zhuangzi-. La única desgracia de un sabio es no poder transmitir su comprensión del Tao. ¡Esta época no es fausta para los filósofos, eso es todo!
- ¿Qué quieres decir? –preguntó el rey.
- Cuando el mono está en los árboles, vuela de rama en rama, tan airoso como un pájaro. ¡Pero cuando se desplaza entre monte bajo y hierbas altas, su paso es ridículo! Así como el sabio que no tiene adeptos entre los príncipes de su tiempo pasea andrajoso. ¡Pero qué importa! Si tiene discípulos que ponen en práctica sus palabras, su corazón está plenamente satisfecho.
¡En esto consiste su verdadera riqueza, pues el conocimiento que transmites te pertenece para la eternidad!
- ¡En qué miseria has caído, Maestro!- exclamó el monarca.
- La indigencia no es desamparo –contestó Zhuangzi-. La única desgracia de un sabio es no poder transmitir su comprensión del Tao. ¡Esta época no es fausta para los filósofos, eso es todo!
- ¿Qué quieres decir? –preguntó el rey.
- Cuando el mono está en los árboles, vuela de rama en rama, tan airoso como un pájaro. ¡Pero cuando se desplaza entre monte bajo y hierbas altas, su paso es ridículo! Así como el sabio que no tiene adeptos entre los príncipes de su tiempo pasea andrajoso. ¡Pero qué importa! Si tiene discípulos que ponen en práctica sus palabras, su corazón está plenamente satisfecho.
¡En esto consiste su verdadera riqueza, pues el conocimiento que transmites te pertenece para la eternidad!
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