Había una vez un rey que necesitaba un primer ministro para su país. Y quería una persona inteligente para ocupar ese cargo.
– Anuncien en todo el reino que busco una persona joven e inteligente, dijo a sus mensajeros.
Y digan a todos los aspirantes que deben superar una única prueba: rescatar un jarrón de oro que hay en el fondo del lago. El día de la prueba acudieron al lago cientos de muchachos.
Todos los jóvenes estaban seguros de poder rescatar el jarrón. Así que, uno tras otro, se iban zambullendo en el agua y buceaban por el fondo del lago. Pero, al cabo de un rato, todos regresaban con las manos vacías.
Desde la orilla, una muchacha observaba extrañada lo que ocurría. El jarrón brillaba bajo las aguas, pero nadie conseguía rescatarlo. Aquello resultaba bastante misterioso. Cuando acabó la prueba, la muchacha corrió a contarle a su abuelo lo sucedido. El anciano era muy sabio, pues los años le habían permitido aprender muchas cosas.
– El jarrón se ve bajo las aguas, pero nadie consigue sacarlo de allí, le explicó la muchacha al anciano.
Él se quedó callado unos minutos. Luego preguntó:
– ¿El lago está rodeado de árboles que se reflejan en el agua?
– Sí, respondió su nieta.
– Pues lo mismo ocurre con el jarrón. ¡El jarrón está en el árbol! Y lo que todos ven es su imagen reflejada en las aguas.
– ¡Claro! ¿Cómo nadie se ha dado cuenta?, exclamó ella.
Entonces la joven regresó al lago. Se presentó ante el rey y le pidió la oportunidad de rescatar el jarrón. Y así, ante la sorpresa de todos, la muchacha, en vez de sumergirse en las aguas, trepó a un árbol y se apoderó del jarrón.
– ¿Cómo has descubierto dónde estaba?, le preguntó el rey.
– Majestad, en realidad fue mi abuelo quien lo descubrió.
Al rey le maravilló la sabiduría del anciano. Así que ordenó que lo llevaran a su presencia y lo nombró consejero. En cuanto a la joven, fue proclamada primera ministra. Según cuentan,la muchacha desempeñó muy bien su cargo durante muchos años, porque nunca dejó de escuchar los sabios consejos de su abuelo.
– Anuncien en todo el reino que busco una persona joven e inteligente, dijo a sus mensajeros.
Y digan a todos los aspirantes que deben superar una única prueba: rescatar un jarrón de oro que hay en el fondo del lago. El día de la prueba acudieron al lago cientos de muchachos.
Todos los jóvenes estaban seguros de poder rescatar el jarrón. Así que, uno tras otro, se iban zambullendo en el agua y buceaban por el fondo del lago. Pero, al cabo de un rato, todos regresaban con las manos vacías.
Desde la orilla, una muchacha observaba extrañada lo que ocurría. El jarrón brillaba bajo las aguas, pero nadie conseguía rescatarlo. Aquello resultaba bastante misterioso. Cuando acabó la prueba, la muchacha corrió a contarle a su abuelo lo sucedido. El anciano era muy sabio, pues los años le habían permitido aprender muchas cosas.
– El jarrón se ve bajo las aguas, pero nadie consigue sacarlo de allí, le explicó la muchacha al anciano.
Él se quedó callado unos minutos. Luego preguntó:
– ¿El lago está rodeado de árboles que se reflejan en el agua?
– Sí, respondió su nieta.
– Pues lo mismo ocurre con el jarrón. ¡El jarrón está en el árbol! Y lo que todos ven es su imagen reflejada en las aguas.
– ¡Claro! ¿Cómo nadie se ha dado cuenta?, exclamó ella.
Entonces la joven regresó al lago. Se presentó ante el rey y le pidió la oportunidad de rescatar el jarrón. Y así, ante la sorpresa de todos, la muchacha, en vez de sumergirse en las aguas, trepó a un árbol y se apoderó del jarrón.
– ¿Cómo has descubierto dónde estaba?, le preguntó el rey.
– Majestad, en realidad fue mi abuelo quien lo descubrió.
Al rey le maravilló la sabiduría del anciano. Así que ordenó que lo llevaran a su presencia y lo nombró consejero. En cuanto a la joven, fue proclamada primera ministra. Según cuentan,la muchacha desempeñó muy bien su cargo durante muchos años, porque nunca dejó de escuchar los sabios consejos de su abuelo.
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