Una de las principales
virtudes del barquero era la de saber escuchar como pocos. Sin que le
dijera una sola palabra, Siddhartha captó cómo su interlocutor iba
acogiendo cuanto le contaba, sosegado, abierto, expectante; cómo no se
le escapaba ninguna de sus palabras ni daba muestras de impaciencia al
esperarlas; cómo se limitaba a escuchar, sin elogiar o censurar lo que
oía. Siddhartha se percató de la felicidad que suponía confesarse con
semejante oyente, verter en su corazón la propia vida, la propia
búsqueda, las propias tribulaciones.
Cierta noche de luna clara, dialogaron:
- Son raras las personas que saben escuchar de verdad, y hasta ahora no había encontrado a nadie que lo hiciera como tú. Esto también lo he de aprender de ti, le dijo.
- Lo aprenderás, repuso Vasudeva, pero no de mí. El río me enseñó a escuchar; de él lo aprenderás tú, también. Lo sabe todo este río; el agua te enseña que es bueno tender hacia abajo, sumergirse, buscar las profundidades.
- ¿También te enseñó el río que el tiempo no existe?
- Si, Siddhartha, para él no existe más que el presente, sin la menor sombra de pasado o de futuro.
Cierta noche de luna clara, dialogaron:
- Son raras las personas que saben escuchar de verdad, y hasta ahora no había encontrado a nadie que lo hiciera como tú. Esto también lo he de aprender de ti, le dijo.
- Lo aprenderás, repuso Vasudeva, pero no de mí. El río me enseñó a escuchar; de él lo aprenderás tú, también. Lo sabe todo este río; el agua te enseña que es bueno tender hacia abajo, sumergirse, buscar las profundidades.
- ¿También te enseñó el río que el tiempo no existe?
- Si, Siddhartha, para él no existe más que el presente, sin la menor sombra de pasado o de futuro.
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