domingo, noviembre 16, 2014

Un maestro japones (http://susanatoscano-relatosorientales.blogspot.com.es)

El pintor japonés no usa tinta preparada, sino una pastilla dura que él mismo deslíe con agua, frotándola con movimientos circulares sobre una base de piedra, el zumi.
Según la cantidad de agua, obtiene los matices más variados, desde el negro profundo hasta los grises más claros.
Mas, ¿por qué el maestro no encarga a un discípulo experto esos trabajos preparatorios, inevitables? ¿Será que el desleír la tinta, el desatar tan cuidadosamente la cinta de rafia que envuelve el papel, dan alas a su intuición y creatividad artísticas?
A la serena y pausada tranquilidad con que lleva a cabo su rutina, debe la decisiva relajación y el equilibrio de todas sus energías, aquella concentración y presencia de ánimo, sin los cuales ninguna obra genuina se realiza. Sumergido en su quehacer, libre de intención, ante la mirada absorta y atenta de su alumno, es conducido hacia el momento en que la obra se concreta casi por sí sola. La enseñanza sin palabras del maestro llega entonces al discípulo, como una vela encendida hace arder a otra.

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