Cuando los
cristianos llegaron a las sierras de Tolox, expulsaron a los moros
hacía Granada, pero uno debio quedar uno escondido entre los abundantes
tajos y cuevas.
De cuando en cuando los pastores que criaban ganado por la Cañada de Las Carnicerías echaban de menos algún cordero o chivito y apreciaban como les desaparecian algunas hortalizas de los huertos del río Alfaguara. Después de una nevada intensa observaron unas huellas de pies desnudos que penetraban en una cueva en el fondo de un barranco. La desnudez de los pies, el tamaño de la huella y la fantasía de los lugareños fue sufiente para considerar que se trataba de una especie de monstruo que les robaba los ganados.
Después de un día entero de vigilancia, se vio un hombre desnudo cubierto de vellos que salía a beber en el arroyo cercano. Al día siguiente se rodeó la zona por numerosos lugareños que comenzaron a arrojar piedras de gran tamaño y troncos encendidos hacia la boca de la cueva, de pronto vieron salir a un hombre peludo que daba grandes saltos y corría como loco por los pedregales, este hombre estaba como salvaje, sólo a estacazos y después de muchos esfuerzos, se consiguió arrinconarlo y pudieron atraparlo.
Comprobaron que era un moro tuerto de un ojo; como no entendían su idioma y creyendo que era un endemoniado lo llevaron preso a la carcel de Málaga donde se perdio el rastro y nunca más se supo de él.
Según Juan Codes, siendo él niño, en las tertulias de las noches guardando el ganado en la sierra le contaban esta y otras historias y cuando él preguntaba como aquel hombre descalzo era capaz de correr por aquellos montes sin que le destrozaran las aulagas los pies, un pastor ya viejo le decía con una gracia que aun hace sonreír al amigo Juan, que el moro tenía unos “callos como dos deos de gordos”.
De cuando en cuando los pastores que criaban ganado por la Cañada de Las Carnicerías echaban de menos algún cordero o chivito y apreciaban como les desaparecian algunas hortalizas de los huertos del río Alfaguara. Después de una nevada intensa observaron unas huellas de pies desnudos que penetraban en una cueva en el fondo de un barranco. La desnudez de los pies, el tamaño de la huella y la fantasía de los lugareños fue sufiente para considerar que se trataba de una especie de monstruo que les robaba los ganados.
Después de un día entero de vigilancia, se vio un hombre desnudo cubierto de vellos que salía a beber en el arroyo cercano. Al día siguiente se rodeó la zona por numerosos lugareños que comenzaron a arrojar piedras de gran tamaño y troncos encendidos hacia la boca de la cueva, de pronto vieron salir a un hombre peludo que daba grandes saltos y corría como loco por los pedregales, este hombre estaba como salvaje, sólo a estacazos y después de muchos esfuerzos, se consiguió arrinconarlo y pudieron atraparlo.
Comprobaron que era un moro tuerto de un ojo; como no entendían su idioma y creyendo que era un endemoniado lo llevaron preso a la carcel de Málaga donde se perdio el rastro y nunca más se supo de él.
Según Juan Codes, siendo él niño, en las tertulias de las noches guardando el ganado en la sierra le contaban esta y otras historias y cuando él preguntaba como aquel hombre descalzo era capaz de correr por aquellos montes sin que le destrozaran las aulagas los pies, un pastor ya viejo le decía con una gracia que aun hace sonreír al amigo Juan, que el moro tenía unos “callos como dos deos de gordos”.
Andrés
Rodríguez y Rafa Flores
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