Siento pena del poco valor que le dan a las cosas la gente joven. Y es también nuestra responsabilidad como padres, familiares, educadores o simplemente como adultos, de enseñar a nuestros
hijos el verdadero valor de las cosas. Debemos enseñarles que la felicidad no
se compra, se hace. La felicidad se consigue con esmero, con cariño, con amor,
con ilusión, con comprensión, con generosidad, se alcanza dando lo mejor de cada
uno de nosotros y sin pedir mucho a cambio. Ser feliz poco tiene que ver con lo
material, cierto es que las personas necesitamos unos mínimos que nos
reconforten y nos ofrezcan ciertas seguridades, pero ser feliz de verdad tiene
mucho más que ver con: un beso, una sonrisa, un abrazo, una caricia, unas
palabras de amor, un guiño, una mirada, una ilusión, la felicidad real poco o
nada tiene que ver con la riqueza.
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