Volvía un pequeño cordero a reunirse con su madre después de ir a
beber el agua limpia y clara del río, cuando de repente sitio que una
presencia extraña lo estaba siguiendo cada vez más cerca. Al ver que era
seguido por un lobo con la cara desencajada y las babas colgando
a ambos lados de su boca, el corderillo aceleró el paso todo lo que le
permitían sus finas patas, encontrando a pocos metros la puerta de un
templo abierta. Sin dudarlo un momento, se introdujo en su interior, con
la esperanza de haber despistado a tan terrible perseguidor.
Al ver donde se había metido su ansiada presa, el lobo le grito muy fuerte para que le escuchara, que si alguno de los sacerdotes del templo lo encontraban, iba a ser la próxima víctima ofrecida a los dioses.
- "¡Mucho mejor! – le gritó el cordero- me es mucho más grato pensar en honrar con mi cuerpo a un dios, que acabar mi corta existencia en el interior de tu boca".
Al ver donde se había metido su ansiada presa, el lobo le grito muy fuerte para que le escuchara, que si alguno de los sacerdotes del templo lo encontraban, iba a ser la próxima víctima ofrecida a los dioses.
- "¡Mucho mejor! – le gritó el cordero- me es mucho más grato pensar en honrar con mi cuerpo a un dios, que acabar mi corta existencia en el interior de tu boca".
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