Una mañana, tras llevar varias horas detrás de un carnero, el lobo
pudo capturarlo y llevarlo con cierta de dificultad a su escondite
favorito. A poca distancia, un león que lo miraba complacido, saltó
sobre el pobre lobo, quitándole al carnero que tanto le había costado
atrapar.
Muy enfadado por la fechoría que acababa de cometer, le gritaba desde cierta distancia al fiero león:
- "¡Espero que lo me has arrebatado te cause un gran mal en el estómago!"
Al escuchar estas palabras, el león se puso a reírse tan fuerte, que a punto estuvo de dejar caer al suelo el canero que tan fácilmente le había robado al lobo en sus propias narices. Más calmado, miró fijamente al lugar en el que se encontraba el lobo exclamando:
- "No te haré nada porque me has hecho reir; pero aunque mucho te quejas, creo que a ti tampoco te llegó este carnero como regalo de un buen amigo. Márchate por dónde has venido y no me molestes más con tonterías".
Muy enfadado por la fechoría que acababa de cometer, le gritaba desde cierta distancia al fiero león:
- "¡Espero que lo me has arrebatado te cause un gran mal en el estómago!"
Al escuchar estas palabras, el león se puso a reírse tan fuerte, que a punto estuvo de dejar caer al suelo el canero que tan fácilmente le había robado al lobo en sus propias narices. Más calmado, miró fijamente al lugar en el que se encontraba el lobo exclamando:
- "No te haré nada porque me has hecho reir; pero aunque mucho te quejas, creo que a ti tampoco te llegó este carnero como regalo de un buen amigo. Márchate por dónde has venido y no me molestes más con tonterías".
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