Erase una vez un hombre avaro que ansiaba tener riquezas sobre
cualquier cosa en el mundo. Este hombre, sin embargo, era débil de
carácter, miedoso y cobarde, incapaz de arriesgarse ni enfrentarse a
ningún peligro ya fuese éste real o imaginario.
Un día, mientras paseaba por los alrededores del pueblo, se encontró con una estatua de oro en forma de león. Maravillado por el brillo del noble metal quiso tomarla pero al acercarse se detuvo asustado por la expresión de fiereza que la estatua del animal mostraba. Incapaz de dar un paso, decidió pedir consejo al cielo.
- "Oh señor, ilumíname. Mi ansia de riqueza me empuja a tomar esta figura, pero la visión de esta criatura me aterra. ¿Cómo haré para disfrutar de estas riquezas que me ofreces?"
Mientras el avaro se debatía en sus dudas, un grupo de ladrones que pasaba por el lugar, vieron la estatua del león y de inmediato la tomaron, alejándose de allí con tan valioso botín y dejando al hombre compuesto y sin su oro.
Un día, mientras paseaba por los alrededores del pueblo, se encontró con una estatua de oro en forma de león. Maravillado por el brillo del noble metal quiso tomarla pero al acercarse se detuvo asustado por la expresión de fiereza que la estatua del animal mostraba. Incapaz de dar un paso, decidió pedir consejo al cielo.
- "Oh señor, ilumíname. Mi ansia de riqueza me empuja a tomar esta figura, pero la visión de esta criatura me aterra. ¿Cómo haré para disfrutar de estas riquezas que me ofreces?"
Mientras el avaro se debatía en sus dudas, un grupo de ladrones que pasaba por el lugar, vieron la estatua del león y de inmediato la tomaron, alejándose de allí con tan valioso botín y dejando al hombre compuesto y sin su oro.
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