Un hombre poseía en su morada una efigie de un semidiós, al que ofrendaba opulentos sacrificios.
Como no terminaba de derrochar en todas esas ofrendas cuantiosas sumas, el semidiós se manifestó presentándose por la noche y le enuncio:
- "No derroches tu riqueza, porque si lo consumes todo, despues te veras infortunado y me culparas a mí".
Como no terminaba de derrochar en todas esas ofrendas cuantiosas sumas, el semidiós se manifestó presentándose por la noche y le enuncio:
- "No derroches tu riqueza, porque si lo consumes todo, despues te veras infortunado y me culparas a mí".
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