Un
ciervo perseguido por la jauría y ciego por el terror del peligro en
que se encontraba llegó a una granja y se escondió entre unas pajas en
un cobertizo para bueyes. Un buey amablemente le dijo:
- "¡Oh,
pobre criatura! ¿Por qué de esa forma, has decidido arruinarte, y
venir a confiarte a la casa de tu enemigo?"
Y replicó el
ciervo:
- "Permíteme
amigo, quedarme donde estoy, y yo esperaré la mejor oportunidad para
escapar".
Al final de la tarde llegó el arriero a alimentar el ganado,
pero no vio al ciervo. Y aún el administrador de la finca pasó con
varios de sus empleados sin notar su presencia. El ciervo congratulándose
a sí mismo por su seguridad comenzó a agradecer a los bueyes su
gentileza por la ayuda en los momentos de necesidad. Uno de los bueyes
de nuevo le advirtió:
- "Realmente deseamos tu bienestar, pero el peligro
no ha terminado. Todavía falta otro hombre de revisar el establo, que
pareciera que tiene cien ojos, y hasta tanto, no
puedes estar seguro".
Al
momento ingresó el dueño, y quejándose de que no habían alimentado
bien a los bueyes fue al pajar y exclamó:
- "¿Por qué falta paja aquí?
Ni siquiera hay para que se echen".
- "¡Y esos vagos ni siquiera limpiaron
las telarañas!"
Y mientras
seguía examinando todo, vio sobresalir de entre la paja las puntas de
una cornamenta. Entonces llamando a sus empleados, ordenó la captura
del ciervo y su posterior sacrificio.
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