En las calles de un pequeño barrio árabe, abrumadas por el jolgorio de indecisos compradores, y aromatizadas con olores a especias y carnes asadas, se encontraba un anciano vagabundo que buscaba un resalto en la estrecha acera para sentarse y descansar sus pies.
Cuando por fin descansó, su estómago no fue impasible con él ante tal magnitud de olores que surgían de los puestos de los mercaderes. Necesitaba comer, pero no tenía dinero suficiente para satisfacer su carencia. Así, que hambriento, pensó que quizá inspirando el olor podría engañar a su cuerpo e imaginar que estaba degustando esa deliciosa carne asada.
El mercader más próximo a él observó que el olfato del mendigo apuntaba a su negocio durante largo tiempo, y cuando acababa de respirar el aroma de su tienda se frotaba la barriga como si se hubiera saciado. Este hecho indignó al mercader, que increpó al mendigo exigiéndole un pago por ello.
- "Has consumido el aroma de mis alimentos, por lo tanto, ¡me debes pagar un dinar!"
- "No veo justo pago alguno, pues nada he comido".
Como no hubo entendimiento de ningún tipo, decidieron llamar al cadí para que mediara entre los dos y encontrara una solución razonable.
- "¿Qué ha ocurrido?". preguntó el cadí.
- "Este tipejo se ha instalado delante de mi negocio y está consumiendo el aroma de mis alimentos, y ahora se niega a pagar- argumentó ofendido el mercader".
- "¿Es eso cierto?- le consultó el cadí al mendigo".
- "Solo pretendía engañar a mi estómago con esos olores".
- "¿Cuánto te debe por su consumición?"
- "Un dinar, contestó el mercader sonriendo".
- "Yo te voy a pagar no solo un dinar, sino tres, respondió el cadí, que acto seguido extrajo de su cartera tres monedas brillantes.
Acercó sus manos al oído del mercader, y de una mano a otra deslizó las monedas que emitieron un agudo tintineo.
- "¿Has escuchado el sonido de las monedas?", preguntó el cadí al mercader.
- "Sí", respondió extrañado.
- "Con el sonido de mis monedas he pagado la deuda de este hombre por oler tu comida, ¡ya estás pagado!"
fuente: https://nosolocuentos
Cuando por fin descansó, su estómago no fue impasible con él ante tal magnitud de olores que surgían de los puestos de los mercaderes. Necesitaba comer, pero no tenía dinero suficiente para satisfacer su carencia. Así, que hambriento, pensó que quizá inspirando el olor podría engañar a su cuerpo e imaginar que estaba degustando esa deliciosa carne asada.
El mercader más próximo a él observó que el olfato del mendigo apuntaba a su negocio durante largo tiempo, y cuando acababa de respirar el aroma de su tienda se frotaba la barriga como si se hubiera saciado. Este hecho indignó al mercader, que increpó al mendigo exigiéndole un pago por ello.
- "Has consumido el aroma de mis alimentos, por lo tanto, ¡me debes pagar un dinar!"
- "No veo justo pago alguno, pues nada he comido".
Como no hubo entendimiento de ningún tipo, decidieron llamar al cadí para que mediara entre los dos y encontrara una solución razonable.
- "¿Qué ha ocurrido?". preguntó el cadí.
- "Este tipejo se ha instalado delante de mi negocio y está consumiendo el aroma de mis alimentos, y ahora se niega a pagar- argumentó ofendido el mercader".
- "¿Es eso cierto?- le consultó el cadí al mendigo".
- "Solo pretendía engañar a mi estómago con esos olores".
- "¿Cuánto te debe por su consumición?"
- "Un dinar, contestó el mercader sonriendo".
- "Yo te voy a pagar no solo un dinar, sino tres, respondió el cadí, que acto seguido extrajo de su cartera tres monedas brillantes.
Acercó sus manos al oído del mercader, y de una mano a otra deslizó las monedas que emitieron un agudo tintineo.
- "¿Has escuchado el sonido de las monedas?", preguntó el cadí al mercader.
- "Sí", respondió extrañado.
- "Con el sonido de mis monedas he pagado la deuda de este hombre por oler tu comida, ¡ya estás pagado!"
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