En el mundo actual, tal y como entendemos la vida, el crecimiento económico es el único objetivo que han de tener los países, sociedades, regiones, empresas o personas. No hay otro motivo por el que existir. El crecimiento económico debe ser el camino para conseguir todo lo demás. Lo que es una verdadera lástima es que al aceptar el crecimiento economico no siempre se realice una evaluación del impacto ambiental que podrían causar, puesto que, a pesar de que ya se ha llevado a cabo por muchos estados, estrategias y un accionar profundo para revertir el proceso de degradación y miseria que vive hoy el mundo, este continúa y las metas del milenio siguen sin una respuesta decisiva para los países del tercer mundo, asimismo, la explotación sin límites de los recursos naturales, sobre todo de los combustibles fósiles, que tantos conflictos militares traen consigo, la falta de medidas contundentes para la conservación de la diversidad biológica, etc.; pero queda mucho, no tanto por decir sino por hacer, sobre todo con los países altamente industrializados que sólo ven y trabajan en pos de sus propios beneficios financieros, y por desgracia, para ello cuentan con todo el patrimonio natural, social y cultural de los países más ricos en estos y de menor crecimiento en sus economías deformadas. Es muy difícil en los tiempos de consumismo desaforado y obsesión por el enriquecimiento personal abogar por un modelo de desarrollo que pivote en no seguir creciendo, mantener hábitos austeros y ralentizar el ritmo asfixiante de expolio de la naturaleza. El consumo compulsivo de bienes es la causa principal de la degradación ambiental. El cambio tecnológico nos permite producir más de lo que demandamos y ofertar más de lo que necesitamos. El consumo y el crecimiento económico sin fin es el paradigma de la nueva religión, donde el aumento del consumo es una forma de vida necesaria para mantener la actividad económica y el empleo
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